Alejandro Campins

Una historia de viejo y nuevo, de inicio y fin… (Entrevista).

Por Daleysi Moya

 

“Alejandro Campins: Una historia de viejo y nuevo, de inicio y fin…”, por Daleysi Moya. artoncuba.com

En esta 12va edición de la Bienal de La Habana, Alejandro Campins ha desarrollado, desde el espacio de la galería Servando, una peculiar exposición titulada Ciudad de los muertos. La muestra, inspirada en una famosa necrópolis del Cairo, conjuga sus experiencias en este sitio –ambiguo y surreal–, con las ideas generales que pautan su trabajo con el género pictórico.

¿De dónde emerge la idea de un proyecto como Ciudad de los muertos?

El proyecto surge de unas ideas generales que yo vengo manejando en mi obra relacionadas con el tema de la muerte, es decir, el principio y la muerte, o la muerte como principio, y las cuestiones de la impermanencia, la atemporalidad. Estas son cosas que me interesan mucho, no sólo en la pintura sino en la vida cotidiana, en el vivir.

En el año 2010 estuve en la 12va Bienal del Cairo y fui a este lugar que se llama la Ciudad de los Muertos. Me pasé un día entero allí, visitándolo. Me llamaba la atención porque era un lugar incógnito. No se trata de un sitio que esté al acceso de todo el mundo, que se anuncie para su visita, con un interés cultural o turístico.

Eso fue en diciembre del 2010 y resultó una experiencia alucinante, una experiencia muy rara, porque es un cementerio pero funciona también como ciudad. Allí hay escuelas, mezquitas, cafeterías, tráfico; hay de todo. Yo aluciné allí. Era para mí muy llamativo el cómo convivían la vida y la muerte, como se llevaban de la mano.

Esa fue una de las cosas que más me atrajo del viaje. Regresé a Cuba y siempre me dije: “algo yo tengo que hacer con eso”, pero no me salía nada. Y como a los tres años –mi obra estaba metida ya en otra cuerda, rondando el tema de la muerte y la atemporalidad–, me vino la idea de retomar aquel lugar. De momento un día volvió y me di una conectada tremenda, fue como estrechar el tiempo entre el día en que estuve allí y el instante en que se me ocurrió hacer algo con eso. Se acortaron las distancias y tuve fresquecita toda esa experiencia.

Tu quehacer se va conformando a partir de retazos y remembranzas, de memorias personales y ajenas para las cuales construyes nuevas temporalidades en el lienzo. ¿Por qué, sobre todo en tu trabajo más reciente, vuelves sobre sitios olvidados por la historia y el tiempo?

Yo creo que el interés por esos sitios va mucho más allá de la historia social o política que ellos tienen. Eso es importante, y de hecho le agrega como un extra a la investigación, pero mi interés trasciende eso. Se trata de una atención que a veces ni yo mismo me suelo explicar porque es un vínculo –diría que metafísico–, que supera lo racional. A mí me seduce mucho la belleza que tienen estos lugares, me llaman mucho la atención porque son testimonios fehacientes del tiempo, del modo en que la naturaleza y lo que es capaz de hacer el hombre, se unen y crean una realidad extraña, una realidad atemporal. De cierta manera son una muestra de cómo el hombre invade la naturaleza y de cómo la naturaleza, a su vez, se defiende e invade al hombre. Ahí se crea una especie de atracción, algo parecido a eso que tú escribieras alguna vez, sobre la mezcla de realidad y ficción. Y esa mezcla extraña, que a veces yo no sé ni cómo explicar, refleja una belleza que a mí me cautiva. Refleja también la naturaleza humana.

Yo me cuido mucho de cómo hablar de estas cosas para que no parezcan una retórica ecológica –que tiene parte de eso, pero no es sólo eso–, sin embargo, es alarmante la manera en la que el ser humano ha perdido la conexión original con la naturaleza, siendo nosotros mismos naturaleza. Me sorprende cómo ese vínculo se debilita cada vez más. Un poco yo trato de rescatar eso. Estoy en el medio de esas dos cosas, pero interactúo con ellas de una manera más empática, emocional, emotiva.

¿Crees que en el caso de la Ciudad de los muertos el link establecido con esa necrópolis –sin dudas un lugar mágico, digamos que inverosímil– sintetiza, de modo especial, tus conexiones con los ciclos, las “energías encontradas” como tú mismo les has denominado, lo que emerge y lo que acaba?

Si, el espacio se vincula bastante y tiene mucho que ver, a lo mejor es como una pata más de la mesa. A mí lo que me gusta, no obstante, es que no necesariamente tiene que tratarse de un sitio abandonado, de hecho yo tengo piezas como estas que estoy haciendo, o que quiero hacer, con puro paisaje, sin ningún elemento arquitectónico que me vuelva la obra narrativa. En el caso de esta serie, Ciudad de los muertos, aunque no es un lugar abandonado me llama la atención el hecho de que hay espacios dentro del cementerio que dejan de cumplir la función que tienen y comienzan a cumplir otras.

La historia de este sitio tan peculiar empieza a mediados del siglo XX, cuando los judíos invaden el Sinaí, territorio que pertenecía a Egipto. Las personas que vivían ahí fueron desplazada y sus tierras ocupadas. Muchos se movieron al Cairo, la metrópolis, pero sucede que El Cairo es una ciudad con más de dieciséis millones de habitantes, una ciudad muy grande, y muchos no tienen donde vivir, de modo que la gente empezó a meterse en los cementerios (hay varios cementerios en los que, tengo entendido, vive gente, pero este es como la metrópolis de los cementerios, la meca). Actualmente hay allí alrededor de quinientos mil habitantes, es decir, medio millón…más los muertos. Un millón entre muertos y vivos. Pero lo más interesante de todo es la relación entre la vida y la muerte, cómo la gente logra convivir con eso. Para ellos la experiencia es otra.

A mí me gusta mucho una idea que he escuchado que dice: “el que le teme a la muerte, le teme a la verdad”, y esa tesis me ha alumbrado mucho. Tampoco pienso mi relación con la muerte como algo catastrófico, ni depresivo o triste, para nada, sino en cómo, a través de la pintura, llegar a un nivel, a un estado mental (la pintura es un estado mental), mezclado con la muerte. Cómo lograr una conexión entre vida-pintura-muerte. Es simplemente una manera de reflexionar sobre eso, de conversar al respecto.

¿Por qué es que, aun tratándose de un espacio habitado, en las piezas no aparece la figura humana?

En las últimas piezas que yo he hecho he ido eliminando al ser humano –en cuanto a forma física, a figura– porque me vuelve un poco narrativa la obra. Yo quiero que esa narrativa esté implícita, que sea más sugerente, más emotiva. En esta serie lo que hice fue dejar entrever escenas en las que se constata que hay vida. Los cuadros tienen un aspecto de ciudad, no de cementerio. Eso crea como un extrañamiento, uno se pregunta: ¿qué es esto? ¿un espacio abandonado, un cementerio, un lugar inventado? Y ese extrañamiento me gusta porque es como el propio sitio, al final tú no sabes dónde estás, no sabes si se trata de una ciudad usada como cementerio o un cementerio convertido en ciudad.

Me agrada que algunos cuadros tengan aspecto de ciudad, pero a la vez, el espíritu de una necrópolis. Es el extrañamiento de ver un carro tapado, una ventana con cortinas, unas banderitas colgadas, una portería de fútbol. Rastros de vida. Se trata de que la narrativa sugiera, sin ser evidente, que ahí pudo haber pasado algo, va a pasar o está pasando algo…esa incertidumbre de tiempo. Que el cuadro tenga condensado pasado, presente y futuro y que tú no puedas adjudicarle un tiempo específico. Todo eso a mí me interesa, y no solo con esta serie sino con mi obra en general, con el paisaje.

¿De qué manera te involucras, desde el punto de vista experiencial, con estos espacios que luego pasan a tus obras?

Yo pienso que al final toda esta investigación que estoy haciendo ahora tiene que ver con eso, con mi deseo constante de conocer lugares, de vincularme con la naturaleza. Creo que eso viene desde hace tiempo, de muchos viajes que yo hacía al campo. La obra que yo empecé a hacer más concentrado, digamos, en esos asuntos, surge del paisaje y de este interés por conocer espacios nuevos.

A mí siempre me llamó –y me llama– mucho la atención observar la naturaleza y ver cómo se transforman las cosas, cómo cambian. La noción de las estaciones a mí me fascina. Es un tema que a lo largo de la Historia del Arte ha sido muy tratado. Yo he experimentado solo una vez el cambio de una estación a otra: del invierno a la primavera estando en Suiza, y es una cosa alucinante, cómo cambian los temperamentos de la gente, el paisaje, el ambiente en la calle, los colores de la naturaleza. Eso no tiene nombre. Es muy raro ese comportamiento que aquí nosotros no podemos sentir. Yo tengo una deuda con eso, y en un futuro quiero hacer unos cuadros relacionados con esos cambios.

Ese interés, ese vínculo con las transformaciones, con los procesos, con la muerte, me da un deseo enorme de interactuar con la naturaleza, y creo que la mejor manera de hacerlo –aparte de convivir con ella– es dibujándola, pintándola, haciéndole fotografías.

Es claro que para ti el tema de las escalas es un punto determinante en tu proceso de trabajo ¿Por qué has decidido desarrollar toda la serie a partir del pequeño formato?

La experiencia con el lugar y el momento en que empiezo la serie fue distante (de tres años), y aunque enseguida se creó la conexión y la reviví otra vez, aquello era como una visión lejana. Para mí el cuadro chiquito genera un lazo más íntimo con lo vivido, más personal, de ahí el formato. Los cuadros grandes son como experiencias inmediatas, más egoístas, egocéntrica. Yo creo que, a pesar de que ese sitio me atrajo mucho, mi identificación con el lugar, con esa forma de vida y cultura, es limitada, puntual. Por eso la idea fue crear un nexo, un vínculo, pero pequeño, más sutil, por decirlo de alguna manera.

Más allá del pequeño formato, la museografía de la muestra ha decidido poner el acento sobre los vacíos, potenciar la espacialidad. Coméntame un poco sobre esta elección museográfica.

Yo quiero crear este tipo de contradicción: un montaje con obras pequeñas dentro de un espacio grande y, a la vez, proponer como una especie de viaje. Yo creo que la experiencia esa de ver un cuadro chiquito en una pared de unos tres metros puede ser como un viaje íntimo, como leerte un libro, una relación más cercana. Eso obliga a la gente a concentrarse más en cada pieza. Estas son obras que puede que se parezcan entre ellas, hay como una conexión, y si yo las pusiera, por ejemplo, una al lado de la otra, podrían perder su identidad, perderían mucho. Ponerlas solas es como otorgarles una carga de personalidad a cada una. Al final todas remiten a un solo lugar, pero cada una tiene su autonomía, porque eso fue lo que yo vi allí, cada esquina tenía una historia, una energía propia, como su silencio. Había ambiente de ciudad, pero también estaba ese silencio misterioso de los cementerios. Era esa mezcla. Yo quiero que el espacio vacío de la galería conecte con eso. La exposición va a tener gente y eso hace sentir que hay vida, pero a la vez se le da espacio al silencio.

A pesar de que tu obra puede ser catalogada como paisaje, la mirada que sobre el paisaje subyace en ella es bien particular. ¿Cómo entiende y elabora Alejandro Campins sus diálogos y conexiones con el paisaje, cualquiera que este sea?

A lo largo de la Historia del Arte el paisaje ha tenido varias miradas. Una mirada un poco hedonista, que tiene que ver con la pintura que lo reproduce desde el punto de vista de la mímesis. Hay otro tipo de paisaje que es mucho más emocional, más interior. Caspar D. Friedrich decía algo como “cierra los ojos, mira el paisaje y entonces píntalo, ese es el verdadero paisaje” y esta es, de algún modo, la idea que tenían los románticos sobre el género. Yo creo que por ahí estaría mi vínculo con paisaje.

Mi conexión actual con el paisaje tiene que ver mucho con lo que este me revela. Creo que más que decir yo cosas sobre él, es la naturaleza la que me puede responder a mí. Un poco es como una conversación con ella. Pero es difícil porque es un género complicado, ¿cómo tú logras hacer algo ahí que toque sensibilidades dentro del mundo contemporáneo? Yo últimamente me estoy enfocando mucho en lo que llamo desfases con la naturaleza. Ese desajuste es lo que yo trato de captar, es hacia allí a donde dirijo la mirada. Por ejemplo, estos paisajes que yo hago son “feos”, escenas que no son típicas del paisaje ¿Cómo puedo construir esas escenas que nadie miraría dentro de un paisaje?…tratar de captar la belleza que hay en cada lugarcito de la naturaleza. Yo siempre digo que la naturaleza es como un museo, que donde quiera que tú lo mires nos está contando una historia, historia de cosas viejas y nuevas, de vida y muerte. Yo trato de que cuando alguien se pare frente a uno de mis paisajes no tenga una experiencia cómoda.

Yo siento que en la naturaleza está la esencia de todo. En cada escena que hago trato de captar esa atemporalidad, esa belleza como sinónimo de verdad, que está ahí, encerrada.

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